El brutal asesinato de la rica viuda Ghislaine Marchal, en su villa de Cannes (Francia), acabó con un inocente entre rejas.
Prueba
Todo indicaba que, cuando estaba agonizando, Ghislaine Marchal, de 65 años, escribió con su sangre en el sótano de su villa de Mougins las palabras condenatorias: «Omar m`a tuer…», «Omar me ha matado». El jardinero, un marroquí llamado Omar Raddad, había desaparecido llevándose supuestamente 4.000 francos de la casa. Tras su captura, lo condenaron a 18 años de cárcel, a pesar de que insistió en su inocencia. Enseguida surgieron las dudas. Los grafólogos aseguraron que, además de una incorrección gramatical a todas luces incomprensible en la señora Marchal (culta y aficionada a los crucigramas), había claras diferencias entre lo escrito en la pared y la caligrafía de la víctima.
Asimismo, el profesor Fournier, médico forense, llegó a la conclusión de que el asesinato se había cometido el mismo día del descubrimiento del cadáver, una jornada después de lo declarado en el juicio. Si se aceptaba esta premisa, Raddad tenía una coartada irrefutable, pues había pasado el día con su familia y sus amigos en Tolón.
Resultado
La desafortunada suma de contradicciones y los esfuerzos de los abogados de Raddad condujeron a que se le concediese un indulto parcial en 1998. Tras cumplir cuatro años de condena, el acusado salió de la cárcel y empezó a trabajar en una carnicería halal de Marsella diez días después. Hasta el momento, no ha sido atendida su petición de que se celebre un nuevo juicio para aclarar lo que, según él, fue un error de la justicia. La Fiscalía, por su parte, insiste aún en que mató a su señora para robarle el dinero y pagar deudas de juego, y los abogados alegan que Raddad es un chivo expiatorio de los familiares interesados en quedarse con los bienes de su adinerada pariente. ¿Quién de todos ellos lleva razón? © ABC.