Tanzler desarrolló una mórbida obsesión por una joven de origen cubano, María Elena Milagro de Hoyos, una paciente que sufría de tuberculosis. Como no contaba con suficiente formación para el tratamiento y por entonces eran mínimas las posibilidades de curación, decidió atenderla él mismo en la casa de sus padres.
María finalmente murió a causa de la enfermedad. Pronto su obsesión se volvió macabra. Tazler relataría más adelante que el espíritu de Maria Elena le cantaba canciones en castellano cuando él se sentaba junto a su tumba, y que le suplicaba que la llevara a su casa. Tanzler extraería el cuerpo de su tumba dos años después de haber sido enterrada.
Cuando extrajo el cuerpo lo llevó a su casa en una carretilla de juguete. Estaba tan descompuesto que unió los huesos con alambres y ganchos para ropa y colocó ojos de vidrio en las cuencas vacías del cráneo. La piel estaba tan podrida que la reemplazó con tela de seda llena de yeso. También le colocó una peluca, ya que el cabello se le despegaba del cráneo. Llenó la cavidad abdominal y el pecho con trapos para que mantuviera la forma original, la vistió con joyas y guantes y la colocó en su cama. Utilizó grandes cantidades de perfume y agentes preservadores para enmascarar el olor. Para poder tener relaciones con el cuerpo, Carl, le insertó un tubo de metal con tela de seda.
En 1940, la hermana de Elena escuchó rumores de que Carl dormía con el cadáver de su hermana, así que fue a confrontarlo. Fue en ese momento cuando fue descubierto. Por cuestiones legales, al final no se le cargó de ningún crimen y el cuerpo de Elena fue enterrado en una tumba incógnita para evitar profanaciones. Al ser separado del cadáver, hizo una máscara mortuoria de Elena y vivió con ella hasta que murió. Su cuerpo fue encontrado en los brazos de la muñeca y con el tubo metálico que utilizaba para tener sexo con ella.