El juego de pelota en Chichén Itzá se practicaba en un campo rectangular con imponentes estructuras que testificaban la importancia ritual y ceremonial del juego. Dos equipos se enfrentaban en un desafío que combinaba habilidades atléticas con simbolismo religioso y político.
La cancha medía aproximadamente 120 por 30 metros. Estaba formada por dos elevados muros en cuyo centro se encuentran empotrados dos anillos de piedra, conocidos como marcadores del juego de pelota, que llevan las representaciones de dos serpientes emplumadas entrelazadas, lo que los convierte en portales hacia el inframundo, en consonancia con el profundo sentido ritual del juego.