Durante un parto natural, el cuerpo de una mujer puede experimentar contracciones tan intensas y dolorosas.
No hay bisturí, pero sí hay desgarros. No hay cortes, pero la piel y los músculos se rompen.
Ella está consciente. Empuja con todo su ser. Tiembla, suda, grita… y aun así no se detiene.
Algunas pasan horas, otras más de un día. El cuerpo se agota. La presión baja. El dolor no cede.
Y entre todo eso… ella sigue. Porque el bebé necesita nacer. Porque nadie más puede hacerlo por ella.
Después vienen las secuelas invisibles: suelo pélvico dañado, puntos que arden, caminar que duele… y el silencio que lo envuelve.
La sociedad lo llama “natural”. Pero pocas cosas son tan intensas, tan humanas y tan solitarias como parir sin ayuda.
No necesita que la llamen valiente. Solo que la comprendan. Y si pudieras sentirlo… la abrazarías más fuerte.