A principios del siglo XX, uno de los cuidadores del cementerio de Recoleta llamado David Alleno, resolvió construir en él su propia tumba.
Claro que Alleno no ganaba demasiado dinero (era un empleado raso) por lo cual, la tarea le llevó muchos años pasando miserias y penurias para poder terminar su panteón.
Nunca tuvo casa. Nunca se dio gustos. Nunca se casó. Entre 1891 y 1910, llevó una vida miserable.
Pero ahorrando, empecinado, llegó a viajar a Génova, donde encargó un costoso altorrelieve, que lo muestra (todavía hoy), con sus herramientas de trabajo.
Logró finalizar la obra y se cuenta que, durante su jornada de trabajo, lo visitaba todo el tiempo.
Estaba tan contento con su panteón, que para inaugurarlo se suicidó.
Hoy en dìa, es su único y feliz ocupante.