Ignaz Philipp Semmelweis (1818-1865) se granjeó algunos detractores en el gremio científico por su peculiar carácter. Intrigado porque a mitad del siglo XIX nueve de cada diez operaciones acababan en muerte , se especializó en obstetricia para conseguir una plaza como doctor en el Hospital General de Viena . Allí observó que en uno de los pabellones de Maternidad, en el que solo se permitía pasar a los estudiantes de medicina, tenía una mortalidad muy superior debido a la fiebre puerperal que el otro, en el que asistían a las parturientas solo mujeres aspirantes a matrona. Según las teorías de la época, el menor índice de fallecimientos se debía a que las manos de las comadronas eran más finas y suaves, idea que no convencía a Semmelweis, que se llegó a obsesionar con el asunto.
«No puedo dormir ya. El desesperante sonido de la campanilla que precede al sacerdote portador del viático ha penetrado para siempre en la paz de mi alma. Todos los horrores de los que diariamente soy impotente testigo me hacen la vida imposible. no puedo permanecer en la situaciçon actual, donde todo es oscuro, donde lo único categórico es el número de muertos», escribía en una carta a un amigo el doctor. Tanto que instaló unos lavabos y obligó a los médicos a lavarse las manos cada vez que entraran en la sala. Su jefe entró en cólera.
En su único artículo publicado, menciona unas «partículas cadavéricas» que son las culpables de las infecciones. No sería hasta 40 años después de su muerte cuando Louis Pasteur y Robert Kock hablaron de gérmenes. Sin embargo, gracias a su extraña personalidad y su obsesión porque los médicos se lavaran las manos, Semmelweis fue expulsado del Hospital de Viena, tomado por loco y encerrado en un manicomio. Murió poco después a los 43 años de edad a causa de una infección generalizada, aunque aún hoy se sigue especulando acerca del origen: una paliza o él mismo tras cortarse con un bisturí.
Puedes hallar las más extrañas muertes de científicos en el libro del Licenciado en Física y profesor de secundaria Eugenio Manuel Fernández , «Eso no estaba en mi libro de historia de la Ciencia» (Guadalmazán, 2018)