La película del cineasta canadiense aborda los fetichismos y la sexualidad de una forma visceral, donde la pulsión de muerte está muy presente. James Spader protagoniza un filme tan incómodo como, finalmente, atractivo y tentador.
El cineasta canadiense David Cronenberg presenta su película Crash en 1996, protagonizada por James Spader, Holly Hunter, Elias Koteas y Deborah Kara Unger. Este largometraje es, además, la adaptación de la novela homónima del escritor británico J. G. Ballard, publicada en 1973. Con él, el cineasta nos acerca a una forma peculiar de entender las relaciones humanas, la moral de la sociedad contemporánea y la sexualidad, con parafilias incluidas. La cinta empieza mostrándonos la relación no-monógama entre el director de cine James Ballard, interpretado por Spader, y su esposa Catherine Ballard, interpretada por Kara Unger. Ambos mantienen relaciones sexuales con otras personas, las cuales se confiesan tramando una tentativa de competición picaresca. Tras un accidente de coche, la vida de James da un giro: conoce a Helen Remington, interpretada por Hunter, hacia quien sentirá una fuerte atracción sexual. Ella y Vaughan, encarnado por Koteas, lo adentran en el fetichismo por los accidentes de coche, el peligro y la muerte.
Polémica y controversia ya antes de su estreno
Decir que el sexo es uno de los temas principales de la cinta es quedarse corto. El abanico es mucho más extenso porque si bien este aparece de forma explícita, también lo hace acompañado por unos matices que lo complementan y lo enriquecen. Estos hacen referencia a las prácticas sexuales y a los fetiches, pero también a la psique humana y a cómo estas pasiones y prácticas pueden acabar modificando el comportamiento de los individuos. Además, estamos hablando de una película de David Cronenberg, con todo lo que eso implica, y es que el canadiense no deja nada a medias: juega a todo o nada en sus filmes y Crash no podía ser la excepción. Las pasiones representadas ahondan en lo más primario, carnal, instintivo y animal del ser humano, traspasando los límites de lo moral y lo ético. Los y las protagonistas han dejado que estas pasiones cojan el timón de sus vidas y de su raciocinio: este libre albedrío de las pulsiones provoca que los personajes no solo desvíen su atención de lo racional, sino que el morbo, la sangre, las desgracias y lo visceral se conviertan en el centro de sus vidas. De ahí que podamos ver cómo los protagonistas graban accidentes de tráfico para luego visionarlos y masturbarse o alimentar sus fantasías, o cómo mantienen relaciones sexuales justo después de haber tenido un siniestro con el coche. A priori y para muchos espectadores, esto puede ser escandaloso, pero Cronenberg lo retrata de una manera elegante y atractiva, poética a ratos, a la par que incómoda. E insistimos: el cineasta canadiense es así en todas sus películas. Si el espectador pretende sentirse cómodo y no sobresaltarse, mejor que no se decida por uno de sus largos.
Las pasiones representadas en Crash ahondan en lo más primario, carnal, instintivo y animal del ser humano, traspasando los límites de lo moral y lo ético
Las idas y venidas sexuales de los personajes y la forma en la que se narran conquistan al público, impidiendo que quite la vista de la pantalla. Pese al escándalo, pese al rechazo e incluso pese al hastío de tanta escena sexual, el visionado se convierte en algo imperativo sin acabar de saber muy bien por qué. O eso se nos quiere hacer creer. En otras palabras: durante toda la película estamos «rechazando» que los personajes graben y gocen con escenas macabras, pero eso es, precisamente, lo que nosotros, como espectadores, acabamos haciendo con Crash. Como público, también gozamos y disfrutamos, incluso nos excitamos viendo cómo Vaughan introduce sus dedos en la vagina de Catherine mientras James adelanta, de forma temeraria, un sinfín de coches por la carretera. Porque ahí está la gracia y la atracción que sentimos por Crash: el sexo nos despierta y el morbo nos atrapa. Y si además está narrada por Cronenberg, el cóctel es un éxito provocador asegurado: la película posee un discurso muy controvertido y valiente. Por este motivo y en términos gráficos, casi todas las escenas de Crash fueron consideradas pornográficas ya en los preestrenos. Tampoco podemos olvidar su exitoso y polémico paso por el Festival de Cannes, algo que ya vaticinó lo que sucedería semanas más tarde en su estreno internacional: Estados Unidos inició una campaña contra la película antes de su estreno, calificando su visionado de «peligroso para el público», y muchos países la censuraron. Esta larga lista de prohibiciones, vetos y censuras no hicieron más que alimentar la leyenda y la fama de la cinta, la cual se ha convertido en obra de culto.
La lucha entre el Eros y el Thanatos
La parafilia estrella en Crash es la sinforofilia, la cual consiste en experimentar excitación sexual por presenciar, organizar o imaginar un accidente de tráfico o un desastre de cualquier tipo, incluido un incendio. Todos los protagonistas de la cinta de Cronenberg viven y disfrutan de su sexualidad bajo esta premisa, llegando a gozar mientras ponen su vida en peligro (autasasinofilia). Precisamente en ese desafío constante a la muerte es donde se encuentran el Eros y Thanatos, dos conceptos debatidos en psicoanálisis y propuestos por Sigmund Freud. Esta teoría afirma que el Eros corresponde al instinto de vida y toda intención de conservarla. En él, el sexo supone el punto de partida para una nueva vida, además de ser una de las mayor manifestaciones de la misma. Es decir, el sexo es una pulsión de vida, al igual que el placer. Por el contrario, el Thanatos es el instinto de muerte y, por ende, las pulsiones o acciones que el ser humano lleva a cabo de forma autodestructiva y como autosabotaje. Según Freud, ambos instintos son propios de cualquier individuo y se manifiestan desde una temprana edad. En Crash, Cronenberg los orquesta de forma magistral y en unas escenas que sobrepasan el límite de lo cómodo, lo moral y lo políticamente correcto.