Un libro revela gran parte de los secretos del más misterioso de los sentidos. Del tufo al aroma, del perfume a las miasmas y al poder evocador de una copa de vino, el valor del olfato a lo largo de la historia.
¿A qué olían las momias egipcias? ¿Por qué la muerte tiene un dulce aroma? ¿En qué momento la mirra y el sándalo fue regalo de reyes y por qué? ¿Desde cuándo el cuerpo huele a “chivo” o “corral”? Son preguntas que pueden parecer un poco sonsas en tiempos en que cualquier pantalla de celular tiene más poder de recreación que el cine, pero merecen una respuesta perfumada.
Para hallarla, a fines del año pasado salió a la venta un curioso libro escrito por un periodista argentino. Odorama (Taurus, $1450) es el título y el responsable de su agudeza es el cronista de divulgación científica Federico Kukso. En sus más de 400 páginas, el libro da cuenta de una ambiciosa tarea: la historia cultural de los aromas.
Con escritura fina y nutrida documentación y lecturas, Kukso emprende la etérea pero a la vez titánica tarea de explicar qué interpretamos los humanos de lo que olimos en el pasado, olemos en el presente y oleremos en el futuro. No sin una pizca de ficción: recrea algunas hipótesis sobre el olor de los dinosaurios, sobre los tufos primigenios del mundo y sobre, también, lo que deben haber olisqueado aquellos originales primates que salieron de África en su largo periplo hacia el presente.
Lo más interesante es que Odorama pone sobre la mesa de disección algo que el vino recurrentemente pone sobre la del comedor: el valor cultural de los aromas. Es decir, cómo ponderamos y por qué a ciertos perfumes. En el vino, por ejemplo, construimos un universo de símiles y metáforas entre bucólicas y naturalistas para tratar de narrar aquello que es más fugaz que una botella. Pero al mismo tiempo, el mundo que empleamos para hacerlo es, por los muchos motivos que explica el libro de Kukso, una suerte de arcano en tiempos modernos.
¿Acaso al hablar de ciruelas es preciso? Quizás si hablamos de olivas negras, cuero y violetas algo de todo eso gane un rincón en la imaginación. Pero cuando eso se huele y reconoce en una copa, se enciende la máquina de la evocación y las emociones.
Proust y su famosa magdalena
Para los que trabajamos de oler y catalogar vinos –sabemos que hay trabajos mucho mejores– lo que se conoce como “efecto proustiano” es habitual: olisqueando un copa de Malbec, la memoria olfativa nos transporta a un tiempo y un espacio que habita en nuestros recuerdos y que recupera alguna experiencia pasada.
Como bien explica Kukso en el capítulo “Los resortes del tiempo”, los aromas no están mediados por la razón sino directamente conectados a través del bulbo olfativo al sistema límbico, el hipocampo y las amígdalas, de forma que las respuestas fisiológicas y las emociones interactúan ahí. Por eso la capacidad evocadora de los aromas es vitalizante: una sola hebra de alcanfor en el aire puede revivir los medicamentos de la infancia, el perfume errático de un jardín traer a la vida a una abuela o el olor de la tierra mojada, recrear la sensación ominosa de las tormentas.
A ese viaje se lo conoce como efecto proustiano y, como era de esperar, se toma de la descripción que hizo el escritor francés del poder evocador del perfume de una magdalena. Y de toda su obra.
Moralistas del olfato
Con una prosa llena de curiosidad y datos deliciosamente enciclopédicos, Kukso plantea en Odorama un viaje por el costado intangible de la historia. Así, nos enteramos que el olor de los mártires cristianos era putrefacto sólo hasta que morían, cuando sus hagiografías (biografías) perfumaban con dulzura y encanto una tortuosa vida. O que Platón razonó con criterio sobre el tema, mientras que los antiguos egipcios, babilonios, romanos y griegos enloquecieron por los perfumes que los conectaban con los dioses: la operación que transforma el humo en evocación vívida, para aquellas sociedades mitológicas, era la prueba y la comunicación con las divinidades.
Pero aún hay más. Desde la invención del desodorante a la idea de que el cuerpo es sospechoso por sus aromas, desde que hay perfumes y hay tufos, nuestras narices estudian, señalan y recortan con criterio moral el mundo. Nada que no sepamos los buenos bebedores de vino que ejercemos juicio sobre este asunto.
Con todo, Odorama es una joyita para narices nerd y una buena brújula olfativa para quienes busquen ahondar sobre los misterios del más misterioso y evocador de los sentidos. Fuente: Vinómanos.