El «Concheto» Álvarez fue condenado a reclusión perpetua por cuatro homicidios, pero la Cámara de Casación dijo que la pena «se había agotado».
Durante un raid de sangre y tiros que duró seis horas, entre la noche del 27 de julio y la madrugada de 28 de julio de 1996, Guillermo Álvarez asesinó al empresario Bernardo Loitegui (h.), al subinspector de la Policía Federal Fernando Aguirre y a la estudiante María Andrea Carballido. Dos años después, en noviembre de 1998, mientras estaba detenido en la vieja cárcel de Caseros, había matado durante una pelea a Elvio Aranda, un compañero de pabellón. El 28 de octubre de 1999, un tribunal unificó las penas y lo condenó a reclusión perpetua más la accesoria por tiempo indeterminado.
Ayer, dos jueces de la Sala II de la Cámara de Casación Penal consideraron que «la pena de prisión perpetua no puede exceder los 25 años» y dispusieron que el asesino serial -condenado por matar a cuatro personas y que admiraba a Carlos Robledo Puch- saliera en libertad.
Esto significa que, en las próximas horas, beneficiado por la interpretación de un artículo del Código Penal, el jefe de la banda de «Los Chicos Bien», de 37 años, uno de los asesinos seriales más sanguinarios de la historia argentina, estará caminando por Acassuso.
Si bien está preso desde agosto de 1996, con la resolución de la Cámara de Casación, se consideró que cumplió 26 años, nueve meses y 16 días y se le dio por agotada la pena. Esos seis años que figurarían de más, según las fuentes judiciales, corresponden a la parte de la condena que se computó doble por el tiempo que pasó en prisión sin que la sentencia estuviera firme.
«Yo robo porque me gusta, no por necesidad. Los robos me atraen, me seducen. Es como tener la novia más linda», le dijo Álvarez a uno de los remiseros que lo llevaban a buscar a los cómplices que reclutaba a una villa de Beccar para asaltar restaurantes. En uno de esos robos, ocurrido el 28 de julio de 1996, contra el pub Company, de Migueletes 1338, en Belgrano, el jefe de la denominada banda de «Los Chicos Bien», mató al policía federal Aguirre y a la estudiante Carballido.
Ayer, dos jueces de la Cámara de Casación sostuvieron que no correspondía aplicar en el caso Álvarez, un multirreincidente, pues el artículo 52 de Código Penal lo considera inconstitucional. Dicha norma indica que «se impondrá reclusión por tiempo indeterminado como accesoria de la última condena, cuando la reincidencia fuere múltiple en forma tal que mediaren cuatro penas privativas de libertad, siendo una de ellas mayor de tres años».
Para fundar la inconstitucionalidad de la mencionada norma, los jueces consignaron una acordada de la Corte Suprema de Justicia, en el denominado fallo Gramajo.
Con este argumento, los magistrados Ángela Ledesma y Alejandro Slokar revocaron la decisión de un juez de Ejecución que, en marzo de 2014, había fijado en 37 años y seis meses el límite temporal de la pena que Álvarez recibió por los cuatro asesinatos. Los camaristas consideraron que no había que aplicar esa norma, pues no estaba vigente en ese momento.
En 1998, Álvarez recibió la primera de las cuatro condenas. La Cámara de Apelaciones de San Isidro lo sentenció a 25 años de cárcel por asesinato del empresario Loitegui, hijo de un exministro de Obras Públicas en el gobierno de Alejandro Lanusse. En 1999 lo condenaron a reclusión perpetua por los homicidios en el pub Company. Al año siguiente sumó una nueva condena, 18 años de prisión por el asesinato de Aranda en la vieja cárcel de Caseros y tuvo dos sentencias a seis meses de cárcel por intentos de fuga.
La defensa de Álvarez había presentado un recurso contra la decisión del juez de ejecución penal. Entonces, al analizar el planteo de la defensa, la jueza Ledesma sostuvo que «frente a dos interpretaciones posibles el magistrado debía inclinarse por la más favorable para el imputado».
Anoche, Álvarez estaba en condiciones de abandonar el penal de Gualeguaychú, donde cumplió la última parte de la condena ante la imposibilidad de alojarlo en una cárcel del Servicio Penitenciario Federal por los dos intentos de fuga que protagonizó. Por una cuestión de seguridad, lo llevaron a Entre Ríos.
Antes de salir en libertad, Álvarez debía pasar por alguna dependencia de la Policía Federal, donde deberá verificar que no tuviera ninguna causa pendiente.
Sólo su admirado Robledo Puch mató más gente que él. César Humberto Ghirardi, otro asesino múltiple liberado hace un mes, fue condenado por tantos homicidios como el «Concheto». Cuando fue detenido por personal de la comisaría de Beccar, a las órdenes del comisario Jorge Avesani y por un grupo de detectives de la División Homicidios de la Policía Federal en agosto de 1996, encontraron en su poder recortes de diarios con noticias sobre Robledo Puch.
En el chalet en el que vivía con sus padres, Álvarez guardaba una carpeta con las publicaciones de los restaurantes que había asaltado y los homicidios que había cometido. Se jactaba de haber «reventado un lugar en el que estaban Susana Giménez y Huberto Roviralta».
Álvarez, cuyo padre tenía dos cines y una galería comercial y concurrió a los mejores colegios de San Isidro, reclutaba a sus cómplices en la villa La Cava, de Béccar. Aprovechaba su buen aspecto para entrar en los restaurantes, se hacía pasar por cliente y hacía inteligencia. Después volvía con sus cómplices, que irrumpían armados en los locales y concretaban los robos.
«¿Viste el robo en Belgrano a la confitería Company? Fui yo. Lo robé. No puedo creer que me bajaron a un compañero. El «poli» le dio a traición, pero yo tengo la tranquilidad de haber vengado la muerte de mi compañero. Entré y le tiré. Le vacié el cargador. Le pegué siete tiros en la espalda y tres en la cabeza», admitió y confesó sin pudor Álvarez, según el relato del remisero.
7 de junio de 2009
Un joven de excelente posición social decide incursionar de lleno en el mundo del hampa. En menos de una semana comete un raid de asaltos a mano armada, en los que resultan muertas tres personas.
Guillermo Alvarez tenía 18 años, gozaba de una excelente posición social, vivía en San Isidro y tenía desde su niñez una tendencia enfermiza por la violencia.
Trabajaba con su padre. Atendía los fines de semana un kiosco ubicado en uno de los cines pornográficos que sustentaban la fortuna familiar, aunque preferían esconderlo.
Era disciplinado y jamás faltaba a su tarea. Se mostraba en el colegio como un joven incontenible y en la casa no reparaba en límites, para el trato con su hermano y las empleadas domésticas, a las que maltrataba desconsideradamente. Vivía en un lujoso chalet en Acassuso.
Su inclinación por la violencia y la transgresión terminó enviándolo a la villa La Cava, donde comenzó a cultivar sus amistades. Se deslumbró por los chicos que con apenas 13 años, comenzaban a abrirse paso en el mundo del hampa. Sintió una irrefrenable inclinación al delito. Una adrenalina especial lo envolvía cada vez que escuchaba el relato de un robo a sangre y balazos. Sus nuevos amigos lo apodaron «El Concheto» y comenzó su carrera asesorándolos sobre el valor y la importancia de los objetos robados. Sobre todo las joyas y los relojes, de marcas mundiales, indicándole donde venderlos y cuanto pedir.
Se conoció con los chicos de las villas La Cava y Urquiza en un gimnasio donde solía asistir diariamente para aprender boxeo. Una tarde salieron todos a recorrer Villa Urquiza y a partir de ese momento se sintió uno más entre ellos.
Empezó a fascinarse con los relatos que los chicos chorros hacían de sus robos, arrebatos callejeros y en algunos casos asaltos a mano armada que terminaban en una balacera. «Eso quiero hacer», se repetía en silencio.
Como la mayoría de las cosas que se propuso en la vida, Guillermo de a poco se incorporó al paisaje delictivo de la villa.
Para la actividad en la que deseaba descollar contaba con una gran ventaja. Era un experto en armas, como su padre. Los Alvarez viajaban seguido al campo para disfrutar de sus cacerías. Guillermo distinguió a partir de ese momento cada detalle de un arma. Era a esa altura un verdadero entendido en la materia. Habría de servirle mucho para lo que se proponía.
Abandonó los estudios luego de peregrinar por los colegios de la zona. Se dedicó a estudiar guitarra, tomando clases con un profesor particular. De esa manera descomprimió la difícil situación familiar que tuvo por la deserción escolar. Calculó hasta el más mínimo detalle. En el estuche de la guitarra transportaría las armas, para utilizar en su nuevo trabajo.
Su itinerario era una rutina fácil de adivinar. De su mansión de Acassuso se trasladaba a La Cava y de allí al centro hasta el cine del padre.
El 27 de julio de 1996, comenzaron las fechorías de la banda integrada por «El Concheto» Alvarez, «El Osito» Alberto Reynoso y César Mendoza, con asaltos al boleo en San Fernando y Martínez, lugares muy próximos al chalet de Guillermo.
En todos los asaltos robaron dinero y el auto de modo urgente, preferentemente cuando los integrantes de una familia llegaban a sus domicilios.
Todos los damnificados declararon que uno de los integrantes de la banda era rubio de muy buen aspecto y que en nada parecía un delincuente según el estereotipo que de ellos tenían. El rubio no era otro que Guillermo Alvarez.
La noche del 27 de julio de 1996 decidieron asaltar el famoso restaurante Harry Ciriani, ubicado en Recoleta. Habían robado un automóvil Mercedes Benz, que sería conducido por Guillermo.
Alvarez ingresó primero al lugar, vestido con riguroso traje. Luego lo intentaron sus cómplices, aunque sin suerte. Ambos fueron rechazados por la guardia del restaurante, con la excusa que no habían efectuado reservas.
Parado junto a la barra del negocio Guillermo apuntó al encargado con su revólver logrando que abriera la puerta a sus secuaces. En pocos minutos el trío emprendió la huida del lugar con el cargamento de relojes, billeteras y joyas. Salieron con la Policía detrás.
Pocos minutos después asaltaron el restaurante Alcorta y Tagle. Levantaron el botín y cambiaron el auto por el Honda de un cliente con el que emprendieron la vuelta a la villa.
La locura ya tenía un punto de partida
Un día más tarde salieron a robar por las calles de Martínez, sorprendiendo al empresarios Bernardo Loitegui junto a su familia, en momentos en que guardaba su automóvil Volkswagen Passat.
Cuando el trío se acercó a pedirle el auto, Loitegui se resistió. Alvarez le pegó dos tiros en el pecho y lo mató en el acto.
Escondieron las armas un basural y volvieron a la villa, donde Guillermo se deleitaba repartiendo medallitas, cadena y objetos de valor, entre las chicas.
Esta vez sin embargo traían la carga de un homicidio. La Policía, hasta entonces obsesionada por el raid delictivo de la banda, puso todos sus efectivos detrás de ellos. En Belgrano habían reforzado las guardias a los restaurantes, todos asaltados salvajemente por el rubio y sus dos cómplices morochos y desaliñados.
El 28 de julio, un día más tarde, decidieron asaltar el Company Bar en Belgrano. A su estilo, en un golpe comando, en menos de tres minutos cargaron con todo lo que tenían sus clientes.
Cuando estaban por salir, un policía de civil disparó hiriendo gravemente al «Osito» Reynoso. El delincuente quedó inmóvil en el piso.
Guillermo volvió sobre sus pasos y ejecutó al policía Fernando Aguirre, quien se encontraba con una amiga en el lugar.
En el tiroteo murió una joven que tomaba un licuado en el bar: María Andrea Carballido.
Alvarez y Mendoza cargaron con Reynoso rumbo a la Clínica San Luca de San Isidro. Lo tiraron del auto en la puerta. Ingresó muerto.
Guillermo y Mendoza asistieron al otro día al velatorio en villa Urquiza. Los policías de civil infectaron la zona. Filmaron a los asistentes, entre ellos a Alvarez.
Guillermo se trasladaba desde su casa de Acassuso hasta la villa en autos de una remisería y hacía alardes de las aventuras delictivas recién iniciadas. Los choferes resultaron claves a la hora de buscar datos sobre el rubio que manejaba los autos.
El 1 de agosto, seis días después de su comienzo en el mundo del hampa, fue detenido. Una carrera tan sangrienta como corta. Tenía tres homicidios para responder.
Los padres, increíblemente, no se sorprendieron cuando recibieron la noticia.
-Yo creí que mi hijo andaba en la droga, por los tipos que lo llamaban, pero jamás en una cosa de estas… dijo la madre con un abrigo en la mano, esperando turno para entregárselo a Guillermo.
En la cárcel mató con una púa a un recluso, peleando por el liderazgo del pabellón.
Cuando todo parecía haber sido vivido en la prisión por un joven de 22 años, proveniente de una familia pudiente de Acassuso, pidió declarar ante la jueza Susana López. Le contó que los guardiacárceles, a cambio de salidas para robar y repartirse el botín, le encomendaron matar al juez Alberto Baños que investigaba al Servicio Penitenciario por corrupción.
Declaró que le daban permiso para salir a robar y quedarse con el 20 por ciento del botín que conseguía. El 80 restante lo entregaba a los guardiacárceles. La revelación fue un escándalo nacional, lo mandaron a golpear por otros presos y tuvo que ser cambiado de alojamiento a Gendarmería, para salvarle la vida.
Guillermo cumplió su ansiado sueño de pistolero tan solo por seis días. En ese tiempo mató a tres personas y corrió fascinado tiroteándose con la Policía. Desde entonces está en la cárcel, pagando por una breve vida de seis días. Fuente: Pistolero por seis días. Luis Barud – Puntal.com.ar
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