Por Danilo Raticelli. Pese a que los colectivos contra la criminalización de la prostitución cuentan con cierta relevancia mediática en todo el mundo, tratando de visibilizar a los trabajadores del sexo que ejercen la profesión libremente, la prostitución masculina sigue siendo un tema oculto. Un informe realizado en 2015, llamado ‘Radiografía de la prostitución en España’, reflejó un estudio en el que los clientes explicaban por qué acudían a la prostitución femenina. Explorar su sexualidad o disfrutar del sexo con gente diferente fueron algunas de las razones más repetidas, pero ¿por qué se recurre a la prostitución masculina?
Constituye un colectivo mucho más invisibilizado, probablemente porque la huella de la explotación sexual no es tan agresiva como en la prostitución femenina, donde se suele poner el foco. La ONU calcula que unas 140.000 mujeres son secuestradas por redes de explotación sexual cada año en Europa y los datos del Ministerio de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad muestran que solo en España la trata de personas mueve 3.000 millones de euros al año.
Lejos de esa polémica se encuentra la prostitución masculina, que ha visto exponencialmente aumentada su demanda desde que empezó la crisis.
Ryan James, uno de estos acompañantes, lo tiene claro. Él trabaja en Sydney, donde ofrece diversos servicios que cuestan entre 400$ (359€) y 6.000$ (5.380€), y que incluyen desde una hora de hotel hasta fines de semana enteros.
Esa es una de las grandes diferencias entre la masculina y la femenina: cuando la prostitución es heterosexual, según los expertos, las clientas femeninas se mueven mayoritariamente dentro del sector del lujo; un factor que -entre otros más cercanos a las relaciones de género- aleja el fantasma de la explotación. En el ‘alto standing’, la prostitución suele ejercerse por voluntad propia tanto en el caso de hombres como de mujeres.