En julio de 1968 encontraron el cadáver de una mujer en el piletón de una propiedad de Rivadavia. Su marido y otros dos hombres fueron acusados del crimen, pero nunca se esclareció el caso.
Hacía días que no veían a Margarita Díaz. Sus hermanos supusieron que estaba en casa de unos tíos o que había vuelto con el exesposo. Además, sabían que andaba perturbada desde que perdió a su pequeño hijo y solía ausentarse sin decir adónde iba. Pero aquella vez fue distinto. Pasó una semana y no había señales de la chica de 24 años.
El mediodía del 3 de julio de 1968, la familia Díaz fue sacudida por la sorpresiva visita de su vecina Angélica Torres de Burgoa. La mujer casi derribó la puerta de los golpes. Del ataque de nervios que traía hasta le costaba hablar, pero entre el tartamudeo y el llanto alcanzó a decir que acababa de encontrar a Margarita en el piletón del fondo de su casa.
Uno de los hermanos de la joven cruzó la calle y entró corriendo a la propiedad situada en la esquina de San Luis y Güemes en Villa Santa Anita, Rivadavia. Atravesó el extenso terreno hasta que llegó a la construcción de cemento al ras del piso, de 2.5 metros de largo por 1.5 de ancho, que servía de depósito de agua y ahí vio el cuerpo de su hermana flotando.
Tanto buscarla y resulta que se encontraba a pocos metros de su domicilio y cruzando la calle. La dueña de casa no supo decir desde cuándo estaba allí el cadáver. Los mismos parientes y los policías que se acercaron a mirar el cuerpo de Margarita Díaz sospecharon de un principio que no era un accidente ni un suicidio. El cuerpo ya había empezado a descomponerse, pero era visible una herida en la nariz y en el labio como consecuencia de una posible golpiza.
El médico forense luego descartó una muerte por asfixia por sumersión, o sea ahogamiento, y habló de una muerte violenta ocurrida día antes. Eso reafirmó la teoría del crimen y la sospecha de que Margarita fue asesinada en otro lugar y luego arrojada en ese piletón.
Ahí empezaron las preguntas y rápidamente las respuestas apuntaron en dirección a Ignacio Edgardo Torres, el exesposo de Margarita. Los hermanos y el padre aseguraron a la Policía que la chica se había separado debido a los continuos maltratos que sufría con su marido. También contaron que se seguían frecuentando, que Torres la hostigaba y en ocasiones merodeaba la casa de los Díaz para vigilarla.
Ignacio Torres fue detenido ese mismo día, pero no hallaron nada comprometedor en la vivienda que ocupaba cerca de República del Líbano y Sarmiento en Rawson. Juró que hacía muchos días que no tenía contacto con Margarita. A las 48 horas de su captura lo liberaron por falta de pruebas en su contra.
Hasta tanto arribó a la provincia Esteban Díaz, un hermano mayor de Margarita que había sido policía y estaba radicado en Buenos Aires. Él mismo se puso a hacer averiguaciones y tomó conocimiento que la chica frecuentaba a un hombre llamado Isaac Leopoldo Ferreyra, que alquilaba en calle Republica del Líbano en Villa Calandra, Rawson. Los comentarios hacían sospechar que la chica había estado en la pieza de ese changarín.
La confesión del amigo
El 6 de julio de 1968, la Policía apresó a Ferreyra. En el interrogatorio, el hombre confesó. Relató ante los uniformados que Margarita fue a verlo el 26 de junio y le pidió quedarse allí porque mantuvo otro altercado con Torres y no quería verlo. El sospechoso agregó que pasado un rato llegó este último –que era su amigo- y la pareja empezó a discutir.
Ferreyra contó que la chica se alteró y comenzó a gritar, entonces él le pegó una trompada a la altura del cuello y la lanzó sobre una cama. También afirmó que Ignacio Torres que estaba como loco, que no le dio tiempo a ponerse de pie a la joven, le propinó dos golpes de puño en el rostro y la desmayó.
De acuerdo a la declaración que dio Ferreyra, ambos después se sentaron a tomaron un vino y al cabo de un par de horas descubrieron que Margarita no respiraba. Tocaron su cuerpo y confirmaron que estaba muerta. Sin saber qué hacer, explicó, Torres y él decidieron envolver el cadáver con una sábana y lo depositaron debajo de su cama.
Torres supuestamente se marchó con la promesa de buscar la manera de sacar el cadáver. Según el changarín, el cuerpo de la chica estuvo oculto en la habitación de esa pensión de calle República del Líbano durante los días 27 y 28 de julio de 1968,
La madrugada del 29 de julio, Torres regresó al conventillo en compañía de un muchacho apodado “El Vago” y con una carretela que era tirada por un caballo saíno, confesó. Estimó que eran las 3 de la madrugada. Dijo que retiraron el cadáver de abajo de la cama, lo cargaron en el carro y partieron en dirección a Villa Santa Anita por orden del exesposo de Margarita.
Ferreyra expresó que llegaron a un baldío que daba una casa de las calles Güemes y San Luis, que Torres saltó una pared de adobe para ingresar al fondo de ese lote y del otro lado les pidió que le pasaran el cadáver por arriba de la medianera. Se escudó diciendo que no vio que hizo su amigo, pero escuchó como que arrojó el cadáver al agua. Luego de eso Torres volvió a cruzar la tapia y los tres se marcharon en la carretela, explicó.
La versión del exesposo
Esta confesión fue determinante para la investigación. El juez de la causa ordenó detener de nuevo a Torres y a esa otra persona apodada “El Vago”. Este último era Juan Carlos Recio. Los dos sospechosos también fueron sometidos al interrogatorio policial e increíblemente dieron versiones que confirmaron el relato de Ferreyra.
Torres admitió que mantuvo ese violento encuentro con Margarita en la habitación de Ferreyra y que la tomó a golpes. Y comentó que luego de la agresión, su amigo lo echó de la pieza y cerró la puerta. Por otro lado, indicó que mientras se retiraba observó que otro hombre ingresaba a la habitación de Ferreyra.
Procuraba desligarse y hundir a Ferreyra. Es que dijo que al otro día pasó por la calle República del Líbano y este último lo llamó para contarle que Margarita estaba muerta y tenía su cuerpo escondido bajo su cama. Según Torres, su amigo le aseguró que esa otra persona que lo visitó, intentó violar a Margarita y, como ella se resistió, la golpeó hasta matarla.
De acuerdo a los dichos de Torres, Ferreyra le contó todo esto y le solicitó ayuda para deshacerse del cadáver. Por eso luego buscó a Recio, le pidió que consiguiera la carretela de su cuñado y los acompañara a trasladar el cuerpo de su exesposa.
Con algunas diferencias, esta confesión coincidía en parte con la Ferreyra. En lo que discernía completamente era en que la idea de arrojar el cadáver en la propiedad de Villa Santa Anita fue de su amigo y no de él. Incluso, sostuvo que fue Ferreyra quien cruzó la medianera y tiró el cuerpo en la pileta.
El tercer involucrado
Al momento de hacer su descargo, Recio respaldó las versiones de Ferreyra y Torres, pero se despegó del asesinato. Es más, afirmó que no conocía al primero de ellos y que llevó la carretela por pedido de Torres, quien lo fue a visitar una noche y le propuso una changa. Aclaró que desconocía en qué consistía el trabajo.
“El Vago” aseguró que se enteró de qué se trataba la changa cuando llegaron a la pieza de Ferreyra y vio que éste y Torres sacaban un bulto envuelto en una sábana. Ahí ambos le expresaron que aquello era el cadáver de una mujer y que necesitaban transportarlo hasta Villa Santa Anita. Recio aclaró que él sólo manejó la carretela y que les dio una mano para levantar el cuerpo por arriba de la pared, pero fueron los otros quienes hicieron todo el macabro trabajo. Un dato que llamó la atención fue que indicó que eso sucedió la madrugada del 3 de julio de 1968 y no el 29 de junio.
Es verdad que las confesiones guardaban ciertas contradicciones, pero se puede interpretar que tenían una explicación. Eran conscientes que los acusaban de un asesinato y en ese marco resultaba lógico que cada uno intentara dar una versión que lo favoreciera y cargara las culpas sobre el otro. Pero para el juez del caso y los investigadores policiales, el caso estaba resuelto. Tenían entre rejas al exesposo de la víctima y al amigo o supuesto amante, como los dos autores del crimen, y al joven de la carretela, de encubridor.
La retractación
Pero fue tan fácil. Y todo se descompaginó cuando los tres detenidos fueron a declarar en sede judicial. Sorpresivamente, cuando Torres, Ferreyra y Recio se sentaron frente al juez, uno a uno se fue retractando de su confesión y denunció que se auto incriminaron y firmaron esas declaraciones por presión de los policías, que los amenazaron y sometieron a apremios ilegales. En el caso de Ferreyra, su defensor pudo acreditar las lesiones que sufrió en la comisaría.
Puede que haya sido así, pero a quién creerle. En ese momento, la causa judicial empezó a enturbiarse. Es sabido que las confesiones en la Policía no poseen el grado de valor de una declaración con todas las garantías del debido proceso, con la asistencia de un defensor y ante el magistrado que entiende en la causa.
Aun así, el juez Alejandro Hidalgo firmó un sorpresivo fallo el 15 de abril de 1969. Dictó el sobreseimiento parcial a favor de Isaac Leopoldo Ferreyra con el argumento de que su confesión debía declararse nula y que no había pruebas para atribuirle su participación en el crimen. Con esto lo excarceló provisoriamente. En la misma resolución, dictó la prisión preventiva de Ignacio Edgardo Torres por el delito de “conyugicidio”-homicidio agravado por el vínculo- y dispuso que continuara preso, mientras que procesó a Juan Carlos Recio por encubrimiento y dispuso su inmediata libertad.
Ese fue el principio del final de la causa. Los abogados defensores, con ese dictamen que favoreció a Ferreyra, insistieron en tratar de despegar del todo a cada uno de los imputados y apelaron la polémica resolución judicial. El caso pasó a manos de los jueces Tristán Balaguer Zapata, Alejandro Fidel Martín y Carlos Graffigna Latino de la Cámara Primera en lo Penal.
Los dos primeros magistrados coincidieron en que las confesiones iniciales de los tres imputados debían anularse y sostuvieron que a todo lo largo de la instrucción no se reunió una prueba certera que permitiera responsabilizarlos del homicidio. Remarcaron que no hubo testigo, que en la habitación de Ferreyra no se encontraron rastros que indicaron que allí se produjo el crimen y pusieron en duda de cómo entraron a los fondos de esa propiedad de Villa Santa Anita, si la dueña afirmó que poseía tres perros que se ponían bravo frente a cualquier extraño. La pregunta que nadie respondió fue cómo llegó el cuerpo de Margarita a ese piletón.
En la nada
En una parte de sus fundamentos, expresaron que era sabido que Torres estaba separado de Margarita Díaz, que tenían continuas peleas y aun así se veían. O que la chica frecuentaba a Ferreyra, pero “¿qué relación tendría todo esto con la muerte de Margarita? ¿Y con la individualización del autor?”, se interrogaron, dando a entender que esos indicios no alcanzaban para atribuirles el asesinato. En sus conclusiones afirmaron que “es preferible absolver al culpable en caso de duda, que condenar a un inocente con elementos insuficientes”.
El juez Graffigna Latino tuvo postura muy distinta y se diferenció de sus pares con un voto en disidencia, pues entendía que había pruebas para acusar directamente a Torres y Ferreyra. Sostuvo que sólo Ferreyra pudo demostrar que presentaba lesiones por los supuestos apremios ilegales, no así Torres y Recio.
Para este magistrado, las confesiones tenían asidero y sus posteriores retractaciones tuvieron el único fin de desvincularse del crimen. El exesposo era un violento y hostigaba a la chica. Tampoco se podía negar que el amigo mantenía un vínculo con la víctima y ella concurría asiduamente a su habitación.
Así también, el juez destacó que la inspección en el domicilio de Ferreyra se hizo un mes después, de modo que resultaba imposible que por el tiempo transcurrido los investigadores encontraran indicios del crimen. Otro punto que citó fue que, suponiendo que le guionaron las confesiones y los obligarlo a firmarlas, cómo fue que Torres y Ferreyra describieron a la perfección la carretela que guiaba Recio. El exmarido de la víctima aseguró que acepto firmar porque le dijeron que pronto recuperaría la libertad, ofrecimiento que ni el más ingenuo podía tomar como cierto, explicó.
Los argumentos de Graffigna Latino no fueron suficientes. Los votos de Martín y Balaguer Zapata se impusieron y el 28 de octubre de 1969 el tribunal resolvió y dejó a foja cero la causa. Revocó los procesamientos contra Ignacio Torres y Juan Recio y los sobreseyó definitivamente de la causa. O sea, se los desvinculó del todo del crimen. Con respecto a Isaac Ferreyra, ratificaron el sobreseimiento dictado en primera instancia y también lo despegaron. Con esto, el caso se quedó sin sospechosos y a más de cinco décadas sigue sin resolverse el asesinato de Margarita. Los vecinos más viejos de Villa Santa Anita recuerdan el caso y cuentan que la antigua dueña de la casa donde encontraron el cadáver aseguraba que el fantasma de la joven asesinada andaba de noche por los fondos.
FUENTE: Sentencia de la Cámara Primera en lo Penal, artículos periodísticos de Diario de Cuyo y Tribuna y hemeroteca de la Biblioteca Franklin. © Tiempo de San Juan.