Por Valeria Sabater. Hay personas que no nos aman como merecemos. Estas están a nuestro lado por los beneficios, para satisfacer sus deseos y llenar vacíos. Los amores egoístas crean estragos y dejan marca. Reaccionar a tiempo es el único modo de salir enteros de este tipo de relaciones.
El egoísmo en el amor origina auténticas catástrofes personales. Hay quien, a pesar de vestir ya su traje de adulto hecho y derecho, se ofrece al otro mediante un ‘yo’ infantil que ve en las relaciones afectivas un vehículo para satisfacer sus propias necesidades. Son tomadores en busca de dadores, son figuras inmaduras que no entienden ni quieren entender el lenguaje de la reciprocidad.
Decía Abraham Maslow que no todos los comportamientos egoístas son malos. No al menos hasta que comprendemos qué motivaciones los guían y definen. Así, y como ejemplo, el hecho de priorizarnos y de invertir de vez en cuando en nosotros mismos responde a una conducta no solo positiva, sino recomendable para la propia autoestima. Ahora bien, en el lado opuesto, en el reverso más oscuro, tenemos al egoísmo insano y dañino.
Erich Fromm fue uno de los primeros autores en hablar precisamente del egoísmo en el amor. Según el autor de El miedo a la libertad o El arte de amar, hay quien concibe las relaciones como un escenario claramente instrumental orientado a tomar y recibir. Son hombres y mujeres incapaces de ver más allá de su preciada esfera personal.
«El egoísmo no es vivir como uno desea vivir, es pedir a los demás que vivan como uno quiere vivir». -Oscar Wilde-
El egoísmo en el amor, el quinto jinete
Cuando el psicólogo de la Universidad de Washington John Gottman enunció su famosa teoría sobre los ‘cuatro jinetes predictores de la separación‘, pasó por alto la dimensión del egoísmo en el amor. En su enfoque hablaba de que los mayores peligros de una relación son la indiferencia, la actitud defensiva, la crítica y el desprecio.
Podríamos decir por tanto que el egoísmo podría alzarse como un quinto jinete igualmente devastador. No obstante, en realidad, el doctor Gottman no llegó a incluir este elemento como predictor exclusivo de las rupturas afectivas, en cierto modo porque esta dimensión enhebra ya cada una de las dimensiones citadas. La persona que critica, que vulnera, que desprecia al otro o elude responsabilidades supura egoísmo y esto es algo más que evidente.
Ahora bien, por más evidente que parezca, no siempre lo vemos venir. Porque como bien sabemos, hay veces que el amor duele y duele porque en sus inicios suele ser muy ciego. La mayoría de nosotros, en algún momento, lo hemos arriesgado todo por alguien. Nos hemos lanzado con toda la caballería por esa persona en apariencia perfecta y fascinante para acabar en un precipicio emocional. Porque la persona egoísta es sibilina y embaucadora en sus inicios y es fácil caer en su embrujo.
Más tarde, cuando ya ha conseguido a su ‘dador’ se aprovecha de él y revela su auténtico rostro. Se vale del chantaje emocional y de la manipulación para ser como ese agujero negro que todo lo engulle. Y no, no devuelve nada de lo que se traga, porque la personalidad egoísta nada tiene que ofrecernos salvo carencias y decepciones.
Las personas egoístas no aman porque no saben amarse
Esta frase puede parecernos contradictoria, pero vale la pena reflexionar sobre ella unos segundos: el egoísmo en el amor surge como resultado de la incapacidad de amarse a uno mismo. ¿Cómo es posible? Estamos tan acostumbrados a dar por cierta la idea de que el egoísmo, como el narcisismo, responde a ese perfil de personalidad donde uno solo se quiere a sí mismo, que no percibimos a la realidad oculta de este comportamiento.
Como bien nos señalaba Erich Fromm en su libro El arte de amar, la persona egoísta, en realidad, se detesta a sí misma. Carece de amor propio, es alguien frustrado y tan lleno de necesidades que instrumentaliza las relaciones para obtener lo que necesita.
La pareja egoísta está vacía de amor propio y reclama de los demás lo que le falta
Hace unos años, el departamento de Psicología de la Universidad Estatal de Nueva York, realizó un estudio muy revelador. Comparaba el comportamiento altruista con el egoísmo. Algo que quedó claro es que las personas altruistas se sienten más realizadas personal y emocionalmente. Dan sin esperar recibir nada cambio. Ofrecen su tiempo y sus recursos a los demás libremente porque ese acto espontáneo les genera bienestar.
Ahora bien, la persona egoísta reclama a los demás lo que no tiene. Nada puede (ni quiere) ofrecer a quienes le rodean porque lo único que tiene son carencias. Le falta la autoestima, el amor propio y la seguridad en sí misma. De ahí que el egoísmo en el amor sea poco más que una trampa para osos donde intentar ‘capturar’ a alguien lo bastante bueno como para servir de devoto donante.
Como vemos, son comportamientos tan tóxicos como dolorosos en materia afectiva. Esto nos recuerda, una vez más, ese principio capital en materia de relaciones: amarse a uno mismo es clave para amar bien a los demás. Aprendamos por tanto a ejercitarlo de manera correcta y saludable, porque los egoísmos insalubres son como barcos sin vela: nunca llevan a buen destino.