Corrìa el año ’89 (siglo pasado por supuesto) cuando un pub con sabor a bohemia y esencia de blues, abrìa sus puertas en el conocido barrio de Palermo Viejo. Las ventanas saludaban en penumbras a la arboleda de la calle Araoz y la esquina de Paraguay cruzaba de coches la multitud de chicas que estacionaban en su entrada. Me estoy refiriendo a “Cafè de Abril”. Allì muchas jugaban a las cartas, reìan, discutìan y, a veces, cuando el momento se prestaba, alguna que otra “loca bohemia” se entregaba a regalarnos la belleza o lo desentonado de su voz sentina en algún blues o folklore tradicional.
El lugar tenìa dos pisos, donde solamente uno estaba habilitado: el de la planta baja. Un verdadero desperdicio para sacar ventaja a todo el espacio en su totalidad.
Virginia era la dueña y sobre la barra estaba su compañera y socia: Marìa, quien atendìa a la gente que llegaba. El lugar era precioso y tenìa, dando a la calle, unos postigones que escondìan un poco nuestro lugar para que no fuera alevoso el “sistema” de nuestro encuentro aunque, claro, sumadas las horas ya no habìa màs que decir porque el sitio era un mundo de chicas “estereotipadas o no” que hablaban con total naturalidad en medio de los ambientes heterosexuales del viejo Palermo. Al lado de éste, estaba el kiosco, atendido por unos chicos simpàticos “màs que amplios” pues no les causaba espanto ni mucho menos, compatibilizar e intercambiar ideas con cualquier chica (claro porque además consumìamos allì) pero, por sobre todo, porque resguardaban a la gatita de V… cuando se acercaba hasta dicho kiosco. La gatita era un encanto.
Para variar, aquel lugar ya no està, porque cerrò sus puertas a los pocos años. No durò mucho y nos dejò a tantas mujeres ese sabor amargo del desencuentro. Con ese pasado, al igual que redacto en otro artìculo, muchos recuerdos se fueron evaporando y con ellos los amores, las amigas y amigos y hasta las discusiones que nos hicieron olvidar las discriminaciones arraigadas.
“Cafè de Abril” no existe màs y me ha dejado esa sensación de vacìo cada vez que paso por su vereda. Miro sus rejas, sus postigones, sus baldosas opacas, sus cortinas y parece que todavía estuviera allì Viriginia y mis amigas, los amores y enemigos.
La canción de ese blues que oí hace años atràs se escapa por la ventana y escucho los coros disonantes de las chicas del café, y siento con nostalgia que nada es como antes, pues pasar por allì es familiarizarme con el “volver” que se llevò el tiempo austero, que nos arrancò nuestro lugar.
Simonìn