El boom de los nuevos boliches porteños ya habìa roto su secreto y ahora se internaba en la noches de la city para desplegar todo su encanto contenido. Por eso, el centro ya no sòlo era propio de cabarets y giros de prostitutas rutinarias, sino de largas filas de hombres gays y mujeres que merodeaban sin disimulo buscando algún amor.
Alli estaba. Habìa un lugar tan arcano como enigmático donde los tragos largos quemaban bocas apasionadas de rouge y de encanto. Descendiendo por la angosta escalerita oscura con olor a humo y griterío, los amigos y parejas se encontraban para comentar o bailar.
El lugar se hallaba sobre la calle Viamonte y su esquina era la misma del microcentro: Suipacha. El boliche se llamaba “Soviet”. Un verdadero y ùnico lugar inmenso para poder estar holgadamente con grupos de amigos, porque la pista era colosal y en su entrada, al bajar la escalera, habìa un ambiente donde se saboreaban buenos tragos junto a una pequeña cantidad de mesas que, contrastando con las paredes de sus costados, mostraban algunas pocas pinturas estrafalarias de carácter moderno y estilo ambiguo.
Es cierto que, a diferencia de otros antros gays, èste mostraba un estilo especial donde habìa chicas bonitas, como chicos tambièn, que sobresalìan y elegían el lugar como ùnico punto de encuentro. Casi estaba sobreestablecido que la gente que iba a “Soviet” era antipartidario del competente de la calle Anchorena. (A media cuadra de la plazita Monseñor D’andrea).
Una vez màs digo “Què pena!” porque este lugar tambièn cerrò y durò muy poco tiempo.
A decir verdad, desconozco que hay en la actualidad pero no me cabe duda que serìa interesante abrir las puertas de algún lugar parecido al que cerrò porque, a pesar de su inmensidad, el boliche quedaba repleto de gente y no habìa lugar donde moverse. Por eso a “Soviet” le debemos esa onda especial que se perdiò y se prendió en las paredes de la década de los años ’90.
Simonin