Comenzó un frío día de febrero de 1957, en una carretera en las afueras de Filadelfia. Un joven cazador de ratas almizcleras, comprobando sus trampas, tropezó con una caja de cartón en el bosque. Dentro estaba el cadáver de un niño, desnudo y mutilado. El cazador no se lo dijo a nadie. Estaba aterrorizado de que, si lo denunciaba, la policía lo atacara por sus trampas ilegales. Y así, durante días, hasta que un alma más valiente lo encontró, el cuerpo del niño yacía frío y descompuesto, solo en el bosque.
El niño tenía cuatro o siete años y había sufrido un terrible abandono. Era pequeño, desnutrido y descuidado. Le habían cortado el pelo en el momento de su muerte; trozos de ella todavía se pegaban a su cuerpo. El cuerpo en sí estaba cubierto de pequeñas cicatrices, sobre todo en el tobillo, la ingle y la barbilla. Solo se le había brindado un pequeño cuidado al niño abandonado desnudo en esa caja. Quien lo había matado le había envuelto en una manta antes de dejarlo pudrirse. Era el único indicio de algún perdido sentimento que le habían mostrado.
La policía tomó las huellas digitales del niño con la esperanza de encontrar una coincidencia con algún niño extraviado o raptado, pero nada surgió. Se enviaron cientos de miles de volantes a los alrededores, pidiendo información sobre el niño no identificado, pero nadie se presentó. Sus padres nunca lo reclamaron como propio. Los investigadores intentaron todo lo que pudieron. Analizaron la evidencia de la escena del crimen, desde la caja de cartón hasta la manta en la que estaba envuelto. Cada pista que siguieron, sin embargo, condujo a un nuevo callejón sin salida.
Hasta el día de hoy, más de 60 años después, uno de los asesinatos más famosos de Estados Unidos sigue sin resolverse. Nadie sabe quién era el niño, quiénes eran sus padres o cómo terminó desnudo y mutilado en una caja en un bosque.
Trágicamente, después de todos estos años, el mundo probablemente ni siquiera sabrá el nombre del “Niño Desconocido de América”. Fuente: Prisionero en Argentina.