Si hay una historia que se ha contado mil veces es la de estos amantes, pero siempre con claroscuros que enturbian la verdad de sus más de veinticuatro meses de huida por territorio americano. Hubo mucho amor, pero también sangre, plomo y muerte.
Bonnie Elizaberth Parker nació en 1910 en el seno de una familia de clase media. Su madre, costurera, y su padre, albañil, que falleció cuando la niña tenía cuatro años. Tras la pérdida, la viuda se llevó a la pequeña y sus hermanas de Rowena (Texas) a Dallas. En aquellos años, Bonnie desarrolló una gran afición por la literatura y por la poesía.
En cuanto a Clyde Chestnut Barrow, nació en Ellis County (Texas) en el año 1909. De familia muy humilde, era el cuarto de ocho hermanos. Pese a los intentos de sus padres (granjeros de profesión) por salir adelante, la crisis económica les tenía asfixiados en deudas. Ése fue uno de los desencadenantes para que a la edad de 17 años, Clyde comenzase a robar. Eran hurtos a pequeña escala para poder comer.
De pronto, el destino cruza el camino de ambos personajes. La versión más creíble de su primer encuentro: en la casa de unos amigos comunes, la víspera de Reyes de 1930. El flechazo es casi inmediato. Clyde cae prendido de la belleza rojiza de Bonnie -tenía el pelo pelirrojo- y una personalidad un tanto desenfadada. Y Bonnie, de su carácter rudo y de esa forma de mirarla.
Durante los primeros meses, la pareja vive en el marco de la legalidad, como cualquier ciudadano. Incluso, Clyde trabaja para una empresa de construcción. Pero aquello no era para él y decide dejarlo. Fue el principio del fin. A los tres meses, comete un robo y el muchacho da con los pies en la cárcel por tercera vez. Es la primera vez que se separan.
Ya en libertad, el joven se reúne con su amada y comienzan su sanguinaria carrera delictiva junto a su banda. Ésta estaba conformada por Buck, hermano de Clyde, y su mujer, Blanche, además de dos compinches. Desde febrero de 1932 hasta mayo de 1934 cometen numerosos robos en gasolineras y tiendas, atracos a bancos, y hasta asesinan a nueve personas. Todos ellos, agentes de la autoridad.
Texas, Oklahoma, Missouri, Louisiana, Arkansas, Kansas, Iowa e Illinois, son algunos de los estados que recorrieron durante aquel tiempo. Lugares donde la prensa local escribía sobre la pareja como si fuesen los nuevos Robin Hood. Aunque a medida que el rastro de sangre era cada vez mayor, los héroes pasaron a ser villanos.
Durante los siguientes meses, la banda de Bonnie & Clyde logra evadir la captura de una forma nada glamorosa. Se bañan en ríos, comen latas de conserva, conducen de noche y hacen turnos para dormir. Todas las medidas de prevención eran pocas.
La investigación cada vez iba cercando más a la pareja y una de las pistas les llevó al día D. El 13 de abril el FBI consiguió una importante información: el viaje que harían el 21 de mayo a Luisiana para ver los Methvin, padres de un miembro de la banda. Tras acudir a una fiesta, la pareja queda en regresar dos días después. Sin embargo, aquella nueva visita sería la perdición de Bonnie & Clyde.
No había amanecido y un grupo de seis policías encabezados por Frank Hamer, se ocultaban tras la vegetación de la carretera secundaria de Bienville Parish. Iban bien armados, sabían de lo que eran capaces los amantes del crimen, y habían estudiado cada uno de sus movimientos.
El Ford V8 con Clyde al volante se para a charlar con el padre de Methvin. Tras una breve conversación, reanudan la marcha. En el interior, Bonnie estaba recostada en el asiento del copiloto comiendo un sándwich. Todo parecía estar tranquilo. De improviso y sin advertencia previa, los agentes comienzan a disparar contra el vehículo. Durante pocos minutos descargaron toda la munición de sus escopetas, fusiles y pistolas. 167 proyectiles (hay quienes hablan de 107, 126 o 130) impactaron contra el coche y sus ocupantes.
Ya lo predijo la propia joven en uno de sus poemas: “Un día de éstos, caerán codo con codo…”. Una fatal premonición que se cumplió la mañana del 23 de mayo de 1934.
Aquel desmesurado tiroteo terminó con la pareja completamente reventada por los disparos. El coche también era un amasijo de agujeros. Bonnie y Clyde habían muerto sin la posibilidad de defenderse, ni tampoco de rendirse. De hecho, en declaraciones posteriores, Hamer aseguró que tras el tiroteo se acercó al coche y remató de dos tiros a Bonnie. “Odio reventar la cabeza a una mujer, especialmente cuando está sentada, pero si no hubiese sido ella,habríamos sido nosotros”, dijo.
Entre el arsenal que portaba la pareja había: fusiles automáticos de uso militar, pistolas, escopetas recortadas, matrículas falsas y un saxofón.
Aquella inverosímil persecución acabó idealizando a unos delincuentes peligrosos que no tenían nada de víctimas, si no más bien de villanos. Incluso, Bonnie se convirtió en una especie de ícono para las mujeres de la época. Su atuendo y su forma de fumar mientras portaba un arma, la elevaron a mito. Por no mencionar su romántica historia.
Un amor que se plasmó en el propio epitafio de la joven. Un poema dedicado a su amado y que reza: “Así como las flores son endulzadas por el sol y el rocío, este viejo mundo es más brillante por las vidas de gente como tú”.