¿Sabías que muchos reyes y reinas preferían vivir con suciedad antes que bañarse?
¿Y los olores?
Para disimularlos, la realeza y la nobleza se embadurnaban con perfumes intensos, llevaban bolsitas aromáticas entre sus ropas y se colocaban flores secas en los sombreros. Pero nada podía ocultar del todo el hedor de los cuerpos sin lavar, las axilas, el sudor y la ropa sucia.
Las pelucas eran una historia aparte. Estaban hechas con cabello real o crin de caballo, y rara vez se lavaban. Algunas estaban infestadas de piojos y liendres, por lo que las personas dormían con redes o pequeñas jaulas en la cabeza para protegerse de ratas que, atraídas por la grasa y restos de comida, intentaban roerlas por la noche.
En cuanto a la boca, la idea de cepillarse los dientes como lo hacemos hoy no existía. Usaban ramas masticables, trapos, mezclas de sal con vinagre, e incluso orina (por su contenido de amoníaco) para limpiar. El aliento de muchas figuras históricas probablemente era… inolvidable.
Y la menstruación, un tema todavía más tabú, se manejaba de forma rudimentaria. Las mujeres medievales usaban trapos de tela reutilizables, musgo seco, pieles de animales o simplemente nada. No había jabón ni agua limpia disponibles, y muchas pasaban días enteros sin cambiarse, lo que generaba infecciones y un olor penetrante difícil de ignorar.
Irónicamente, en esa época se valoraba más la limpieza del alma que la del cuerpo. El aseo espiritual (confesión, ayuno, castidad) era prioridad… aunque por fuera todo apestara.